lunes, 8 de marzo de 2010

LAS CUATRO BASES FUNDAMENTALES DE LA MEDICINA

Las bases en que descansa el ejercicio de la profesión médica moderna son:
1ra. Un conocimiento del cuerpo físico del hombre, la disposición de sus órganos (anatomía), las funciones fisiológicas de los mismos (fisiología) y los cambios visibles que se efectúan en ellos cuando se manifiesta una enfermedad (patología).
2da. Algunos conocimientos en los ramos de la ciencia física, química, botánica, mineralogía, etc., en fin, en todo lo que se refiere o las relaciones exteriores que las cosas tienen las unas con las otras y con el cuerpo del hombre (terapéutica).
3ra. Cierto grado de conocimiento respecto de las opiniones y conceptos de las autoridades médicas aceptadas en la actualidad, por erróneas que sean.
4ta. Cierto grado de juicio y aptitud para poner en práctica las teorías adquiridas.
Todo esto es relativamente correcto hasta cierto punto; pero puede verse desde luego que todo el conocimiento que se requiere de un médico moderno, se refiere tan sólo al plano externo de la existencia; el cuerpo animal del hombre y su medio ambiente. Es por completo erróneo dar el nombre de “psicología” o lo que suele llamarse así actualmente, porque no puede haber ninguna ciencia del alma en tanto que no se reconoce la existencia del alma (payche) . El cuerpo causal o espiritual, invisible dentro de la naturaleza del hombre, es enteramente desatendido de la ciencia, y si algún médico moderno cree personalmente en la existencia del alma, suelen considerar este asunto como del dominio exclusivo de la Iglesia, y como algo con lo cual no tiene que ver la ciencia.
Sin embargo, si el término “religión” quiere decir el conocimiento de la relación que el hombre terrestre exterior tiene con el poder creativo en él, su Yo interno, el cual es el asiento no sólo de su vida espiritual, sino también el origen indirecto de su vida física, parece que el conocimiento de esa religión que enseña la naturaleza de este verdadero ser interno é inmortal y también los eslabones que unen esa naturaleza superior con la forma física, sería una parte indispensable é importantísima de una verdadera ciencia y sistema de medicina basado en el reconocimiento de la verdad; y aunque la teoría precede o la práctica, este conocimiento no debería ser meramente de aquella especie teórica que es imaginaria y no real, y que, en las personas que procuran comprender cosas de que no pueden darse cuenta, produce un misticismo extravagante y por completo infructuoso, sino que debería ser de aquella especie que, por medio de la experiencia, constituye el conocimiento propio, y que es posible sólo alcanzando los ideales o que se aspira.
Según Teofrasto Paracelso, las cuatro columnas de la medicina son las que se describen:
1. Filosofía: El término “filosofía” se deriva de phileo, amar, y sophía, sabiduría, y su verdadera significación es el amor o la sabiduría y el conocimiento que de él resulta; pues el amor mismo es conciencia; es el reconocimiento del yo en otra forma. El amor o la sabiduría es en el hombre el reconocimiento del mismo principio de sabiduría que se manifiesta en la naturaleza, y de este reconocimiento procede la consecución de conocimiento de la verdad.
La verdadera filosofía no es por tanto lo que se conoce actualmente por este nombre, ni se compone de especulaciones extravagantes acerca de los misterios de la Naturaleza con el objeto de satisfacer la curiosidad científica. Es este, un sistema en que hay mucho amor propio, pero muy poco amor o la verdad; sus partidarios, por medio de la lógica y argumento, inferencias, teorías, postulados, hipótesis, inducciones y deducciones, procuran, por decirlo así, introducirse clandestinamente en el templo de la verdad forzando las ventanas o mirar por el agujero de la cerradura o fin de ver o la diosa desnuda. Esta filosofía especulativa constituye aquel edificio artificial de filosofía y supuesta ciencia fundado sobre argumentos y opiniones que cambian de aspecto en cada siglo y de las cuales dijo Paracelso que “lo que una generación considera como la cumbre del saber, es o menudo considerado como absurdo por la generación siguiente, y lo que en un siglo pasa por superstición, puede formar la base de la ciencia en el siglo siguiente”. Todo saber alcanzado por medios que no se basan en el amor o la verdad, no constituye el conocimiento inmortal o verdadera teosofía, sino que sirve tan sólo para propósitos temporales y como adornos para el egoísmo, procediendo como lo hace del amor o la ilusión del yo y no teniendo más que ilusiones por objeto.
Toda la naturaleza es una manifestación de la verdad, pero se requiere el ojo de la sabiduría para ver la verdad y no meramente su apariencia engañosa. La filosofía de que habla Paracelso consiste en el poder de reconocer la verdad independientemente de cualesquiera libros o autoridades, todo los cuales puede tan sólo enseñarnos la manera de evitar los errores y remover los obstáculos en nuestro camino, pero que no pueden hacernos realizar lo que no realizamos en nosotros mismos.
El que no es víctima de conceptos falsos y enseñanzas erróneas, no necesita otro libro que el libro de la naturaleza para aprender la verdad. Hay pocos que pueden leer el libro de la naturaleza o la luz de la misma, porque habiéndoseles llenado la mente de imágenes pervertidas y conceptos equivocados, se han vuelto antinaturales, y la luz de la verdad no puede penetrar en su alma; viviendo en la luz engañosa de la especulación y de la sofistería, han perdido toda receptividad para la luz de la verdad. Tales filósofos viven en ilusiones y sueños y no conocen lo que es real.
“En esta tierra, no hay nada más noble ni más capaz de dar perfecta felicidad que un verdadero conocimiento de la naturaleza y de su fundamento. Semejante conocimiento constituye al médico verdaderamente útil, pero debe ser parte de su constitución y no un producto artificial que se pone o manera de vestidura; él mismo debe haber nacido de la fuente de aquella filosofía que no se puede adquirir por medios artificiales”.
El conocimiento basado en la opinión o experiencia de otros no es más que una creencia y no constituye el verdadero conocimiento. Los libros y las conferencias pueden servir para darnos consejos, pero no pueden conferirnos el poder de conocer la verdad; puede servirnos como guías útiles, pero la creencia en las declaraciones de los demás no debería tomarse equivocadamente por conocimiento propio, el que procede únicamente del reconocimiento de la verdad misma, y el cual por medio del amor o la verdad debería cultivarse ante todas las cosas.
A este dominio de la Filosofía pertenecen todas las ciencias naturales que se refieren o los fenómenos externos, en cuyo conocimiento parece que se han hecho grandes progresos desde el tiempo de Paracelso. A esta ciencia de fenómenos pertenecen la anatomía, fisiología y química del físico y todo lo que concierne o las relaciones recíprocas de los fenómenos que existen en la gran fantasmagoría de imágenes vivientes y corporales llamada el mundo interior suprasensual, desatendido por la ciencia popular, del cual aquél es la expresión externa; los procesos que se efectúan en esta luz interior de la naturaleza, se reflejan en la luz del mundo exterior, y aquellas almas cuyas percepciones interiores se han desarrollado o consecuencia del despertamiento del “hombre interno”, no necesitan la observación de los fenómenos externos para sacar inferencias en cuanto o sus causas internas porque conocen las causas y procesos interiores y también las apariencias externas que producen. Por consiguiente, hay una ciencia médica externa y una interna; una ciencia respecto al cuerpo astral del hombre y una ciencia respecto de su cuerpo físico. Aquélla se ocupa con el enfermo; ésta, por decirlo así, con los vestidos que lleva.
Para hacer este punto más claro, lo ilustraremos con un ejemplo. Imaginemos una linterna mágica capaz de proyectar sobre una pantalla viva imágenes corpóreas y vivientes.
La ciencia externa se ocupa solamente con estas imágenes, las relaciones que tienen unas con otras y los cambios que entre ellas se efectúan; pero no saben nada tocante o las láminas en la linterna, las cuales llevan los tipos de estas imágenes visibles, y no saben absolutamente nada acerca de la luz que causa su proyección sobre la pantalla; pero el que ve las láminas con sus pinturas y conoce el origen de la luz que da origen o estas sombras, no necesita estudiar dichas sombras con el objeto de sacar inferencias y de especular sobre sus causas. Así es que hay una ciencia superficial que es ahora el objeto del orgullo del mundo, y una ciencia secreta de la cual no se sabe casi nada públicamente, pero que el sabio conoce siéndole revelada por su propia percepción de la verdad.
Es preciso percibir las verdades antes de poder comprenderlas intelectualmente, y, por tanto, esta ciencia mayor y superior no puede aprenderse en los libros, ni enseñarse en los colegios; es el resultado de un desarrollo de la percepción más elevada del hombre, la cual pertenece o su naturaleza superior y caracteriza al médico de nacimiento. Sin esta facultad superior, conocida en su grado inicial como el poder de “intuición”, el médico no puede hallar ocupación, sino en el patio exterior del templo, recogiendo granos útiles en los escombros; mas no puede entrar en el templo en el cual la naturaleza misma enseña sus misterios divinos. Los detalles minuciosos de estos escombros han sido estudiados por la ciencia moderna popular, cuya atención ha sido de tal manera absorbida en ello que el mismo templo de la verdad se ha olvidado y la naturaleza de la vida ha venido o ser un misterio para los que estudian únicamente sus manifestaciones exteriores.
Es casi ocioso decir que lo que precede, no tiene por objeto el desaprobar el estudio de los fenómenos, porque los que no tienen el poder de alcanzar más, no ganarán nada con quedarse ignorantes acerca de sus apariencias externas; pero el objeto que nos proponemos, es mostrar que una ciencia que trata tan sólo de los fenómenos de la vida terrestre y resultados últimos, no es la cumbre de todo el conocimiento posible, pues más allá del dominio de los fenómenos visibles hay un dominio mucho más extenso abierto o todos los que son capaces de entrar; el dominio de la verdad, del cual sólo las imágenes invertidas se ven en el dominio de los fenómenos externos.
La ciencia natural de los místicos antiguos, debido o su más profunda penetración en el llamado dominio suprasensual, no se limitaba al mundo que vemos con nuestros ojos físicos, pues reconocían cuatro mundos o planos de existencia compenetrándose los unos en los otros, teniendo cada uno de ellos sus propias formas de vida y habitantes, o saber:
a) El mundo físico visible, el cual es tan sólo reflejo de los tres mundos superiores.
b) El mundo astral, o dominio psíquico.
c) El mundo mental, o dominio espiritual.
d) El estado divino, el reino de Dios o mundo celestial.


Así como nosotros percibimos la existencia de un reino mineral, vegetal y animal en el plano sensual, así ellos, por la facultad de la vista interior desarrollada, percibieron y describieron en este mundo cuatro reinos, o sea cuatro estados de existencia espirituales, invisibles para nosotros, los cuales en su manifestación exterior se llaman: Tierra, Agua, Fuego, Aire.
“Os enseñamos que no somos los únicos seres inteligentes que poseen el mundo, sino que nuestras posesiones no abarcan más que una cuarta parte de él. No que este mundo sea tres veces más grande de lo que lo conocemos, sino que hay todavía en él tres cuartas partes que nosotros no ocupamos, y que sus habitantes no son inferiores en inteligencia. La única cosa de que podemos enorgullecernos, es que Cristo (la Luz de la Sabiduría Divina) ha habitado entre nosotros y se revistió de nuestra forma, siendo así que hubiera podido escoger o otra nación (otra clase de Elementales) para este propósito”. (Paracelso, “De la generación de los seres conscientes en la mente universal”. I. Prefacio).
Todo esto, sin embargo, no pertenece estrictamente al presente objeto de esta obra, y se menciona tan sólo para dar cabida al concepto de que la naturaleza es mucho más grande que los límites que le asigna la ciencia material y que, como dijo cierto filósofo: “lo que se sabe es tan sólo como un grano de arena en las playas del océano de lo desconocido”.
2. Astronomía:
“Astronomía” quiere decir el conocimiento de los astros, y para el concepto de la mente moderna, es la ciencia de los “cuerpos celestes” que se ven de noche en el cielo. Pero para los filósofos antiguos todas las cosas visibles eran los símbolos y representaciones de poderes, pensamientos é ideas invisibles; y la expresión “Astronomía”, como la empleó Paracelso, es por tanto algo totalmente diferente de la ciencia de los contempladores de estrellas, y se refiere o los varios estados mentales que existen en el macrocosmos de la naturaleza, lo mismo que el microcosmos del hombre. La misma palabra “celeste” o “celestial” tiene referencia o algo superior o nuestra naturaleza groseramente material, y con estudiar el significado de los planetas o que se hace referencia en el capítulo precedente sobre la Constitución del Hombre, se puede formar una idea de lo que son las “estrellas” de la astronomía y astrología antiguas.
Por consiguiente, la Astronomía de Paracelso nada tiene que ver con los cuerpos cósmicos visibles, materiales, corpóreos, sino con virtutes (virtudes) o poderes y semina (gérmenes), o esencias, todos los cuales son espirituales y substanciales, porque un poder sin substancia no se puede concebir, “poder y substancia”, “materia y fuerza”, siendo términos convertibles, estados de una unidad, dividida únicamente en nuestro concepto de sus modos de manifestación. Un “astro”, o la verdad, quiere decir un estado, y un “astro fijo”, un estado fijo de poder en la naturaleza, o como se llama en Sánscrito, un Tattwa, lo cual quiere decir un estado de Aquello o Ser, y como todo Ser es una manifestación de Vida o Conciencia, los “astros” son ciertos estados de aquella Vida u Omniconciencia universal, en otras palabras, estados de la Mente.
“Deberíais saber que las constelaciones de los planetas y estrellas del cielo, con todo el firmamento, no causan el crecimiento de nuestro cuerpo, nuestro color, apariencia o conducta, y nada tienen que ver con nuestras virtudes y cualidades. Semejante idea es ridícula; el movimiento de Saturno no interviene en la vida de nadie, y no la hace ni más larga ni más corta; y aun cuando no hubiera jamás habido en el cielo un planeta llamado “Saturno”, habría gente nacida con naturaleza saturniana. Aunque el planeta Marte es de naturaleza ardiente, Nerón no fue hijo suyo, y aunque son de la misma naturaleza (manifestándose en ambos la misma clase de energía), ninguno de ellos la recibió del otro”. (“De Ente Astrorum”, Paramirum C.I.a).
Para facilitar la comprensión de lo que Paracelso dio o entender por el término “Astronomía”, quizá no esté fuera de lugar echar una ojeada o la doctrina india respecto de los Tattwas.
Según esta doctrina, el Universo es una manifestación de Aquello (existencia o Ser) como Vida (Prana) en el Akasha (materia primordial, la cual, para objetos prácticos, puede considerarse como el “Éter cósmico” del espacio). Prana se manifiesta sobre los diversos planos de existencia en varios Tattwas o formas de existencia correspondientes o los principios de la constitución del hombre enumerados arriba. De estos siete Tattwas, cinco están manifestados correspondiendo o los cinco sentidos del cuerpo humano, y se llaman como sigue:
1. Akasha Tattwa; el elemento uno que forma la base substancial de los otro cuatro, y que corresponde o lo que en el plano físico se manifiesta como sonido perceptible.
2. Vayu Tattwa; Este representa el principio que hace posible la sensación del “tacto” en todos los planos de existencia.
3. Taijas Tattwa; es la forma de aquel estado que se manifiesta en todos los planos como Luz.
4. Apas Tattwa, el principio que hace posible la sensación del gusto en todos los planos de la existencia.
5. Prithivi Tattwa, el principio que hace posible la sensación del olfato en todos los planos de la existencia.
Las palabras son por completo insuficientes para dar una idea en que basar un concepto de cosas que se hallan fuera de nuestra comprensión intelectual en tanto que no existen en nuestra propia conciencia; pero podemos considerar los siete Tattwas como representados por siete modos de vibración de un éter cósmico, diferenciándose los unos de los otros no sólo por la cantidad, sino también por la cualidad; de modo que, por ejemplo, Akasha Tattwa tiene movimiento circular, Vayu Tattwa un movimiento espiral, etc.; pero semejante concepto es por completo inadecuado, siendo así que tenemos que ver con fuerzas vivas, con estados de la vida o conciencia universal, las que se manifiestan no sólo como las causas de los cinco modos de percepción en el plano físico, sino también en los planos superiores; dando al hombre, por ejemplo, el poder no sólo de sentir el contacto de un objeto en el plano físico, sino también de sentir con su sentido astral la presencia de uno objeto en el plano astral, y en su corazón el contacto de un poder espiritual; no sólo de ver la luz física con los ojos de su cuerpo, sino cosas en la luz astral con sus órganos de vista astral; de ver las verdades é ideas intelectuales con el ojo de su intelecto o la luz de éste, y las cosas espirituales con el ojo del espíritu. En verdad, todo lo que existe es una manifestación de Tattwas, o “vibraciones del éter”; estacionaria en su aspecto como “materia”, progresiva en su aspecto como “fuerza”. La materia es energía latente, la fuerza es substancia activa (11); todo es vida, conciencia, inteligencia, latente o activa conforme o las condiciones que existen en el plano en que se manifiesta; toda substancia es mente y las fuerzas que vemos, no son sino los símbolos de los pensamientos en ellas representado.
No es nuestro propósito, dentro de los estrechos límites de esta obra, entrar en más extensos detalles de esta ciencia interesantísima, elevada y sublime que H. P. Blavatsky ha tratado extensamente en su “Doctrina Secreta”; solo mencionamos estos puntos con el objeto de llamar la atención o esta doctrina como que significa un aspecto y concepto de la naturaleza inconmensurablemente más elevado que el que la ciencia popular representa, y por tanto, asequible únicamente para aquellos cuyas aspiraciones van más allá de este plano groseramente material.
La “Doctrina Secreta” nos informa que en el curso de la evolución, este nuestro planeta ha alcanzado tan sólo su Kama rupa, o forma animal de existencia, y que el estado siguiente en escala ascendente, el estado de Manas (mente) ha principiado apenas o desarrollarse. Quizá sea esta la razón porque la ciencia de la mente se halla ahora en su infancia, y es comprendida solamente por aquellos espíritus evolucionados que, cual Paracelso y otros como él, por su nobleza de carácter y su espiritualidad, han avanzado más que el resto de la humanidad en el conocimiento superior, formando, por decirlo así, la vanguardia del ejército en su marcha hacia las regiones de lo desconocido, mas no de lo absolutamente incognoscible.
La astronomía moderna enseña la ciencia de los cuerpos de los planetas y estrellas; la Astronomía de Paracelso habla de las fuerzas espirituales representadas por estos planetas, cuyos duplicados existen en la constitución del hombre; y como cada fuerza de la naturaleza obra sobre su elemento correspondiente en la naturaleza del hombre, estas fuerzas universales producen ciertos efectos sobre aquellos elementos en el hombre que existen en el plano correspondiente. Así, por ejemplo, no se necesita ningún argumento para probar que el sol es el manantial de calor, de la luz y de la vida sobre este planeta, y que el cuerpo físico del hombre, lo mismo que el de la tierra, recibe estas energías de las irradiaciones que proceden del cuerpo físico del sol, siendo éste el centro corpóreo visible de un poder que existe universalmente y cuya esfera de actividad alcanza hasta los límites de nuestro sistema solar. Todos vivimos y tenemos nuestro ser físicamente dentro de la esfera de actividad del sol, y por tanto, dentro de sus elementos físicos. En un sentido semejante, vivimos y tenemos espiritualmente nuestro ser en el cuerpo espiritual y substancia del Amor; y así como el sol del mundo físico fluye en nuestros cuerpos, así también la luz de la sabiduría divina nos rodea y está pronta o penetrar en nuestra alma.
Paracelso enseña que la luna corresponde al cuerpo astral del hombre y tiene ciertos efectos en él, causando ciertos estados que finalmente pueden llegar o manifestarse exteriormente como ciertas enfermedades morales o físicas; y se podría demostrar que semejantes correspondencias existen entre los poderes universales representados por los planetas visibles y los elementos correspondientes que existen en la constitución del hombre: más, por importante y trascendental que sea este asunto, la ciencia médica popular le presta muy poca atención por estar demasiado ocupada en investigar efectos exteriores de un carácter fenomenal, y no tener tiempo para atender o lo que produce los fenómenos y apariencias.
Si se entendiera la Astronomía de Paracelso, se encontraría que el hombre, lejos de crear sus propios pensamientos, solo meramente modela las ideas que fluyen o su mente; que la “transmisión del pensamiento”, lejos de ser un acontecimiento extraño y raro, es tan común como la transmisión del calor; que, debido o la concepción unitaria de la humanidad, todos sentimos y pensamos los unos en los otros y obramos o impulso de los pensamientos de cada cual. Entonces conoceríamos mejor las causas verdaderas de los crímenes, de la locura y de la enfermedad, y encontraríamos que son términos convertibles.
Podríamos quizá también modificar nuestras opiniones respecto del supuesto libre albedrío y el grado de responsabilidad del hombre, y saber que el poder de la voluntad no es un mito, y que la hechicería y brujería no son más imposibles que la acción mágica del amor verdadero.
3. Alquimia:
No siendo maestros de alquimia, no podemos enseñar la ciencia de esta base de la medicina; y además toda instrucción tocante al modo de emplear ciertos poderes misteriosos, sería por completo inútil o los que, no habiendo desarrollado estos poderes, no los posean. El objeto de las siguientes observaciones es más bien mostrar lo que no es la Alquimia, que no lo que es, pues lo mismo que todo término simbólico de una verdad espiritual que cae en manos del vulgo, este término ha sido “manchado y prostituido abiertamente en las plazas públicas”, hasta el grado de quedar casi desfigurado.
Los alquimistas antiguos se servían de un lenguaje misterioso, cuando hablaban acerca de las cosas misteriosas, y ningún alquimista moderno podría expresar claramente cosas para las cuales nuestro lenguaje no tiene palabras, ni las mentes ordinarias concepto alguno. Los niños hablan con frecuencia más sabiamente de lo que se imaginan, los sabios saben lo que dicen, pero los semi – sabios hablan sin conocimiento. El niño que recibe dádivas de sus padres en la noche buena, creen que el Cristo les ha enviado estos, regalos, pero el adulto listo se vuelve escéptico y se burla de esta historia. Ahora bien, puede conservar esta opinión por toda su vida, o puede llegar o ser aun más hábil y encontrar que el Cristo es el amor divino, del cual procedió el amor de sus padres, induciéndoles o conferir dádivas, y que después de todo, es verdadera la historia en que creía cuando era niño. En el mismo sentido la Alquimia es una verdad o una superstición; esto depende tan solo del significado que damos o esta palabra.
El profesor Justus von Liebig dice: “Nunca fue la Alquimia algo diferente de la Química”; estamos de acuerdo con esto en cuanto ambas se ocupan en cosas substanciales que tienen cierta afinidades, y no con algo que exista fuera de la naturaleza; pero mientras que la química (física) ordinaria emplea fuerzas (mecánicas) meramente físicas con el objeto de componer y descomponer substancias materiales sin hacer crecer nada nuevo, la Alquimia emplea el poder de la vida y se sirve de las fuerzas animadas, estableciendo condiciones bajo las cuales algo visible puede crecer de algo invisible, en el mismo sentido que un árbol crece de una semilla en el laboratorio alquímico de la naturaleza. La Química y la Alquimia son, por tanto, dos aspectos de una misma ciencia, la una es el aspecto inferior, la otra es el aspecto superior. El químico hace una operación química; el jardinero que establece en su invernadero las condiciones bajo las cuales hace que la semilla de una planta de tipo inferior se desenvuelva en una planta de un tipo superior, y el maestro de escuela que convierte en un zote a un ser inteligente, hacen operaciones alquímicas porque producen algo más noble que los materiales empleados, de las fuerzas latentes en ellos.
Sin la alquimia de la naturaleza, no podría tener lugar ninguna “química fisiológica”; sin la acción de un principio vital que existe universalmente, ninguna forma humana podría crecer de un ovum o feto, ningún niño se convertiría en hombre. El estómago humano es un laboratorio químico en el cual se hacen milagros que ningún químico moderno puede imitar con medios puramente químicos; la leche y el pan se transforman en sangre y carne dentro de la retorta viviente del cuerpo humano, y se efectúan maravillas que la química moderna, a pesar de sus progresos, no puede llevar o cabo porque no domina al poder organizador de la vida.
Todo lo que la creencia popular sabe acerca de la Alquimia antigua, se deriva de los mal comprendidos escritos antiguos, los que se escribieron de propósito de una manera incomprensible para los profanos, o de los escritos de charlatanes é impostores – pues en aquel tiempo había tantas gentes ignorantes y egoístas como las hay hoy en día, desperdiciando el tiempo en esfuerzos inútiles para aplicar una ciencia espiritual o objetos materiales, y procurando servirse de poderes que no poseían con la esperanza de satisfacer su curiosidad y su avaricia. De esta especie de “Alquimia” habla Paracelso con el mayor desprecio.
Para practicar la química se necesitan poderes físicos y conocimientos científicos; para practicar la alquimia se necesitan poderes espirituales vivos y sabiduría. La química pertenece al hombre terrestre, el aspecto superior de la Alquimia pertenece al hombre regenerado espiritualmente después de pasar por la muerte mística o la resurrección de la vida inmortal y verdadera.
Así como hay tres reinos en la naturaleza, íntimamente relacionados los unos con los otros, - el reino de la naturaleza física, el reino del alma del mundo (el plano astral), y el reino del espíritu auto - consciente – así también la Alquimia tiene tres aspectos íntimamente relacionados los unos con los otros, perteneciendo uno de ellos al aspecto físico del hombre, otro al aspecto astral y el más elevado o su aspecto espiritual. Dice H. P. Blavatsky:
“Todo lo que existe en el mundo alrededor de nosotros está hecho de tres principios (substancias) y cuatro aspectos. (La triple síntesis de los siete principios de los siete principios). Así como el hombre es una unidad compleja, componiéndose de un cuerpo, un alma racional y un espíritu inmortal, así también cada objeto en la naturaleza posee un exterior objetivo, un alma vital, y una chispa divina que es puramente espiritual y subjetiva. Por consiguiente, cada ciencia, lo mismo que todos los objetos naturales, tiene sus tres principios fundamentales y puede aplicarse por medio de los tres o con el uso de uno de ellos”.
Estos tres estados de existencia del universo eran llamados por los antiguos las Tres Substancias, y eran simbolizados como Sal, Azufre y Mercurio.
Con el mismo derecho que el químico moderno simboliza sus substancias químicas por medio de letras – como por ejemplo, O para el oxígeno, H para el hidrógeno, N para el nitrógeno, C para el carbógeno, etc., cuyos símbolos son incomprensibles para los que no saben lo que significan, - los alquimistas antiguos expresaban la naturaleza de esencias, poderes y principios espirituales con que se ocupaban por medio de ciertos signos alquímicos como para la Sal, o el principio substancial en todas las cosas, para el Azufre, o las energías contenidas en ellas, y para el Mercurio, o el principio inteligente latente en todas las cosas, sea manifestado o no; pero las esencias o estados vivos del universo que se manifiestan en estos tres planos, los simbolizan por medio de los signos de los planetas, como ya se ha explicado antes. Estos principios son eternos; pero sus manifestaciones difieren según el plano en el cual se efectúan. Así, por ejemplo, el amor es eterno, manifestándose en el reino de Dios como autoconciencia divina; en el plano astral como efecto, deseo y pasión; en el plano físico como gravitación, atracción, afinidad química, etc. El poder es siempre el mismo, pero su acción parece diferente bajo condiciones diferentes.
“Ante todo, debería saber un médico que el hombre existe en tres substancias. Aquello de que está hecho tiene tres aspectos. Estos tres aspectos hacen al hombre entero, y ellos son el hombre mismo y él es ellos, y de estas tres substancias él recibe todo bien y mal referente o su cuerpo físico. Así cada cosa existe en estas tres substancias, y las tres juntas constituyen un cuerpo, y nada se les añade sino la vida. Si pudieseis ver estas substancias verdaderas, tendríais entonces el ojo por medio del cual un médico debería ver. Solo el ver lo que exterior está en el poder de todo el mundo; pero el ver lo interior y descubrir lo que está oculto, es un arte que corresponde al médico”. (“Paramirum”, Lib.I s.b.).
Los que hasta aquí han seguido nuestro razonamiento, estarán ahora prontos o reconocer que la comprensión de esta ciencia superior, cuya adquisición requiere la vida entera de una mente superior, y cuya práctica implica la evolución de facultades superiores, no se puede alcanzar con leer unas cuantas horas un libro sobre Alquimia, y que sólo pueden juzgarlo los que son alquimistas prácticos. Lejos de ser “un fraude bien probado”, la Alquimia es, en verdad, el objeto más noble hacia el cual toda la humanidad, toda la civilización dirige sus esfuerzos. Es la realización del más elevado ideal, hecho maravilloso que no puede efectuarse por nada menos que por el ideal mismo. Dice H. P. Blatvasky:
“Cuando aparecieron en la tierra los hombres dotados de inteligencia superior, dejaron o este poder supremo (la chispa divina) obrar irresistiblemente, y de él aprendieron sus primeras lecciones. Todo lo que tuvieron que hacer, fue imitarlo; pero para reproducir los mismos efectos por un esfuerzo de voluntad individual, se hallaron obligados o desarrollar en su constitución humana un poder (creativo) llamado KRIYASAKTI en la fraseología oculta”.
Tendríamos un gran placer en llegar o conocer o un hombre de ciencia moderno que obedeciera o la ley divina hasta el grado de dejar al poder de Dios (el Espíritu Santo) dominar por completo sus pensamientos, voluntad y deseos. Semejante persona sin deseos egoístas, sin ambición ni vanidad, sin sed de dinero o fama, obrando como instrumento de amor divino, sería un raro espécimen de humanidad; pero desgraciadamente semejante y sabio es muy difícil de encontrar en nuestra generación actual, porque mil cadenas aprisionan el animal humano en la región de sus deseos. ¿Cómo podría aquel que está atado a la Luna con mil cadenas emplear la energía del Sol, cuya influencia no permite entrar en su naturaleza, y que por tanto, no puede nutrir su cuerpo y crecer en él hasta convertirse en un poder? El oro y la plata pueden formar una liga, pero no se vuelven nunca a idénticos el uno con la otra. Así también sus representaciones espirituales, la Sabiduría Divina y el intelecto carnal, no serán nunca una misma cosa, aunque la luz de la sabiduría arroje su reflejo sobre la mente terrestre.
Como ya queda dicho, la Alquimia tiene tres aspectos, o saber:
Alquimia terrestre. Esta en su aspecto inferior incluye toda la ciencia química con todos los descubrimientos que se hagan en el porvenir. Esta alquimia reconoce todavía cuatro elementos , y el quinto, el elemento único, del cual provienen los cuatro; en otras palabras, cuatro estados de la materia y un quinto (parcialmente reconocido por la ciencia), o saber, el estado sólido (substancial), el líquido, el fluído, el etéreo. Descríbense estos como sigue:
a) (Tierra). Aquello que da substancialidad o todas las cosas, ya sean sólidas, líquidas, gaseosas, etéreas o espirituales. (Solidez o Estabilidad).
b) (Agua). Aquel estado que mueve y hace las cosas líquidas en uno u otro plano de la existencia. (Movimiento).
c) (Aire). . Lo que da o las cosas la facultad de tomar una forma gaseosa. (Extensión).
d) (Fuego). Lo que les da fuerza. (Energía).
e) (Eter) Este quinto elemento, en el cual los atributos de todos los demás estados tienen su base, será el principal objeto de la investigación científica en los siglos futuros, y es la verdad el elemento primero y único.
Estos elementos se representan como los Tattwas enumerados en el capítulo anterior, y corresponden o los mismos como sigue, si adoptamos el orden precedente:
a. Prithivi. Solidez. (Tierra).
b. Apas. Movimiento. Volumen (Agua).
c. Vayu. Extensión. (Aire).
d. Taijas. Energía. Intensidad. (Fuego).
e. Akasha. El Tattwa uno que forma la base de los demás. (Sonido).

Alquimia celestial.- Aun cuando pudiéramos describir los secretos de la alquimia celestial, por medio de la cual fue creado el universo y que incluye la regeneración del hombre y la consecución de la inmortalidad consciente, y si esto pudiera hacerse público sin profanar estos misterios, la explicación sería probablemente comprensible tan sólo para aquellos que, conociéndola ya, no tuviesen necesidad de ella. Los que deseen investigar este asunto por amor o la sabiduría, hallarán el proceso entero, pro modo completo, descrito simbólicamente en “The Secret Symbols of The Rosicrucians of the 16th and 17th Century”, obra perfectamente comprensible si se estudia o la luz de la sabiduría, pero ininteligible para la mente carnal, la que ve todas las verdades pervertidas. También se ha procurado dar algunas explicaciones en la obra titulada “In the Pronaos of the Temple of Wisdom” . Solo diremos que allí las Tres Substancias aparecen como los Tres Comienzos; la primera manifestación de la Unidad como Trinidad, y los Siete Tattwas como los siete espíritus primitivos , o “alientos vivos” saliendo del seno de Parabrahman.
El Universo es el Macrocosmo, y el hombre el Microcosmo, y como la primera gran causa es el creador del mundo y la causa de toda evolución, así es el hombre individual el creador de su propio mundo interior y exterior, capaz de causar ciertos estados superiores en su mente por el poder de su voluntad en obediencia o la ley, y de crear formas por medio de sus pensamientos, mientras que la condición de su estado interior ha de producir con el tiempo, efectos y transmutaciones correspondientes en su cuerpo físico. Muy provechoso le será el dedicar todo su tiempo o esta práctica de la Alquimia y obtener el oro puro de la sabiduría de los metales inferiores representados por sus pasiones animales. Estas pasiones son el capital que la naturaleza le ha prestado para convertirlas en “plata y oro”, mientras vive en la tierra: son los peldaños por los cuales puede ascender o la inmortalidad y hallar o su Yo divino.
Para practicar esta especie de Alquimia, no necesitará libros, ni hornos ni utensilios, pues él mismo es el alambique, el fuego y la substancia que se ha de ennoblecer. Allí, en su laboratorio silencioso con las puertas cerradas contra todo deseo vano y carnal y todo pensamiento egoísta, puede mortificar su naturaleza terrestre alcanzando el dominio de sí mismo, de modo que su naturaleza superior sea libertada de las cadenas animales con entrar en la resurrección, pasando de la tumba de la ignorancia o la luz del propio conocimiento.
Para efectuar esto tendrá que purificar su mente y dejar que su alma sea animada por el poder del espíritu de verdad; lo que en él es inerte, tiene que ser sublimado en el fuego del amor divino, o fin de elevarse al cielo en la forma de santas aspiraciones, mientras que el humo de la sofistería, dogmatismo, pseudociencia y presunción debe dejarse salir por la chimenea para no volver más. De esta manera podrá encontrar el modo de combinar con y así convertirlo en oro substancial que durará toda la eternidad.
Basta lo que antecede para dar una sugestión respecto del carácter de la Alquimia y su relación con la química. Entre estos dos aspectos hay un tercero, a saber, lo que puede llamarse “Alquimia Astral”.
Alquimia del Plano Astral.- Así como la Alquimia inferior requiere para su práctica las facultades del cuerpo físico, y la Alquimia celestial la energía del espíritu que ha llegado o ser un poder en el cuerpo del hombre, así también la práctica de la Alquimia del plano astral requiere la evolución de la conciencia y de la percepción en el organismo astral del hombre; porque en la mayor parte de los que viven en el plano físico, la forma astral se haya tan inconsciente de su ambiente en el plano al cual pertenece, y tan ignorante acerca de su naturaleza, como lo es un niño acerca del significado de las cosas de este mundo. Sin embargo, no nos proponemos entrar en esta materia, pues nos llevaría al vastísimo dominio del espiritismo, hipnotismo, brujería y hechicería, cuyas cosas son supersticiones si los que creen en ellas no saben nada tocante o sus leyes, pero que son realidades para los que conocen las leyes por las cuales se efectúan semejantes fenómenos. La clave para comprender estos fenómenos está en la realización de la verdad de que el Universo es una manifestación de poder sobre los tres planos de la existencia. El plano espiritual tiene sus siete estados de existencia, representando poderes inteligentes auto – conscientes, tronos, y dominios, ángeles y arcángeles, todos los cuales son manifestaciones de la causa primordial llamada Dios. El plano físico tiene sus siete estados de existencia, representados como poderes en los cuales está todavía latente la conciencia. En la región intermedia, el plano astral, encontramos también siete estados de existencia en la forma de fuerzas vivas que alcanzan la conciencia en la organización del hombre. Allí los “siete planetas” se manifiestan ya para el bien, ya para el mal, según la naturaleza de la persona en quien se hace esta manifestación.
Todo esto se dice tan sólo para aludir o lo sublime de la ciencia alquímica, y llamar la atención hacia la verdad universal de que cada principio, cualquiera que sea el plano en que exista, no es un producto de la forma en que se desarrolla y manifiesta, sino que la forma es el campo para su desarrollo y manifestación; en el mismo sentido que la luz universal no es un producto de los cuerpos sobre los cuales brilla, sino que los cuerpos son instrumentos para el desarrollo y la manifestación de las cualidades de la luz. Así la vida, la conciencia, la voluntad, la virtud, la pasión, o cualquier otro estado espiritual, emocional o físico del hombre no es el producto de su forma, sino una manifestación de un principio vital universal en él, conforme o las condiciones que ofrece su constitución. La vida es tan sólo una, y se manifiesta en los animales como vida animal, en las plantas como vida vegetal, etc. La conciencia es tan sólo una, y se manifiesta como verdadera autoconciencia en los seres espirituales, y como instintos en el reino animal inferior. El amor es tan sólo uno, y universal, de otro modo no podría manifestar en todas partes las mismas cualidades; no pertenece o un solo individuo ni o un solo país; nace en el cielo, pero se manifiesta sobre la tierra en los hombres, los animales, las plantas y los minerales, bajo diversos aspectos conforme o las condiciones que encuentra. Cada cosa es una manifestación de una Unidad primordial que se revela en un triple aspecto. El Hombre mismo no es otra cosa que una manifestación del poder universal que le llamó o la existencia y construyó su forma corpórea. El no es ni su cuerpo ni su mente, sino la expresión, en un plano inferior, de un estado de existencia individual superior- una de las letras de que se compone el gran alfabeto de la humanidad. Continuamente engañado por la ilusión que produce el aislamiento aparente de su forma y su separación de otras formas de existencia, se imagina ser algo esencialmente separado de los demás seres, y así olvida su propia naturaleza universal. Sólo cuando el hombre comienza o realizar lo que él mismo es en realidad, puede empezar o alcanzar el conocimiento verdadero respecto de los tres reinos de la Naturaleza.
Se dice que el objeto de la ciencia es el reconocimiento de la verdad, pero es también evidente que ninguna ciencia verdadera puede existir mientras no se reconozca y se rechace la verdad, pues no es posible conocer la verdad por medio de otra cosa que el poder de la verdad en el hombre. Nadie puede tener conocimiento propio de una cosa que no está en él.
Es evidente que este asunto es tan vasto que es imposible en una obra de esta especie hacer más que tratarlo superficialmente, y por tanto, hay muchísimas cosas que deberían ser explicadas, pero que es preciso pasar en silencio, siendo así que no nos proponemos entrar en los detalles de la ciencia de la Astronomía de la Vida o de la Química de la Vida, ni discutir extensamente los excelsos problemas de la Filosofía Oculta. El objeto de la presente obra es meramente corregir los falsos conceptos que existen, y arrojar semillas que, si caen en terreno fértil, crecerán y producirán frutos tales como no los hay en el plano exterior de la Naturaleza, sino dentro de su templo interno, en las regiones superiores del pensamiento.
4. La virtud del Médico:
“Virtud” quiere decir Poder: se dice que se deriva de vir, Hombre, y significa poder viril, eficacia, fuerza. Siendo el hombre algo más que un cuerpo físico o un animal, quiere decir un poder substancial, espiritual, superior, que se manifiesta como nobleza de carácter, pureza de corazón, claridad mental, fuerza de voluntad, firmeza de decisión, percepción pronta, penetración de pensamiento, benevolencia, honradez, veracidad, altruismo, modestia. Esta virtud es algo infinitamente superior o la llamada “virtud” que consiste en aparentar ser virtuoso y piadoso por temor o la censura y o la crítica, y es también infinitamente superior o lo que los moralistas llaman “moralidad”, cosa alabada como el objeto más elevado que se pueda alcanzar, pero que, o la verdad, no es nada más que el conformarse o ciertas costumbres y opiniones. No hay necesariamente abnegación alguna en practicar la moral, sino que es con gran frecuencia un medio de satisfacer la propia vanidad. La palabra “moral” se deriva de mores, maneras o costumbres. Lo que es conforme o las maneras y costumbres en un país, y por tanto considerado como “moral” allí, es inmoral en otra parte donde existen maneras diferentes. Una moralidad sin espiritualidad no tiene ningún valor verdadero. Otro tanto puede decirse de la “ética” (de ethos, costumbre) cuyo término parece ser uno de los que se han inventado con el propósito de crear confusión y evitar el llamar las cosas espirituales por sus nombres verdaderos.
La Virtud que, según Paracelso, es la carta columna del templo de la Medicina, no ha de fingir; significa el poder que resulta de ser un hombre en la verdadera acepción de la palabra y de poseer no sólo las teorías respecto del tratamiento de la Enfermedad, sino el poder de curarlas uno mismo.
Hay actualmente millares de médicos cuyo único mérito consiste y siempre consistirá en que han logrado pasar un examen y en obtener el título de doctor en medicina; pero el título de “doctor” significa tan sólo un grado académico; el diploma meramente certifica que los sinodales creen que el estudiante ha cumplido con todo lo que exige el reglamento; y aunque semejante título implique el derecho de envenenar y matar sin ser castigado por ello, el conferir dicho grado no constituye o un médico. El verdadero médico, lo mismo que el verdadero sacerdote, es ordenado por Dios. Dice Paracelso respecto o esto lo que sigue:
“Aquel que puede curar enfermedades es médico. Ni los emperadores, ni los papas, ni los colegios, ni las escuelas superiores pueden crear médicos. Pueden conferir privilegios y hacer que una persona que no es médico, aparezca como si lo fuera; pueden darle permiso para matar, mas no pueden darle el poder de sanar; no pueden hacerle médico verdadero si no ha sido ya ordenado por Dios. El verdadero médico no se jacta de su habilidad ni alaba sus medicinas, ni procura monopolizar el derecho de explotar al enfermo, pues sabe que la obra ha de alabar al maestro, y no el maestro o la obra. Hay un conocimiento que se deriva del hombre, y otro que se deriva de Dios por medio de la luz de la naturaleza. El que no ha nacido para ser médico, nunca tendrá éxito. El médico debe ser leal y caritativo. El que se ama o si mismo y o su propio bolsillo, hará muy poco bien o los enfermos. La medicina es mucho más un arte, que una ciencia. El conocer las experiencias obtenidas por los demás, es útil para un médico; pero todo el saber de los libros no puede hacer médicos o un hombre o menos que él lo sea por naturaleza. Sólo Dios da la sabiduría médica” (Comp. “Paragranum”, I 4).
Esta virtud que constituye al verdadero médico, no puede ser creada por los colegios, ni puede nadie conferírsela o sí mismo. Nadie puede darse una cosa que no posee, ni hacerse mejor de lo que es, sin la ayuda de alguna influencia superior, porque, como ya se ha explicado, el poder ejercido por alguna forma no es una creación de la forma, sino un principio eterno que pasa o la existencia objetiva en formas y se manifiesta en, y por medio de ellas por su propio poder. Ni la verdad ni la sabiduría pueden fabricarse. Existen independientemente de todas las opiniones, observaciones, especulación y lógica. Pueden hallarse ocultas o nuestros ojos, cual el sol en un día lluvioso; pero así como el sol no depende del que tengamos conocimiento de su presencia, así también la verdad existe eternamente, sea que la reconozcamos o no. Si toda la humanidad actual se volviese idiota, no por eso dejaría la verdad de ser, sino que volvería o manifestarse como sabiduría en una época más ilustrada.
Nada puede subir al cielo, sino aquello que ha bajado de él; sólo venciendo lo que es falso, podemos hacernos receptivos o lo que es verdadero. Dice Eckhart “La Sabiduría Divina es a Dios lo que la luz al sol; es una con El, una actividad necesaria, una fuente inagotable que mana del corazón de Dios”.
Esto nos lleva de nuevo o una base religiosa (si se nos permite emplear esta maltratada y mal comprendida palabra), y o la necesidad de que aquel cuya profesión es servirse de las leyes de la naturaleza y tratar el cuerpo del hombre, conozca la posición que ocupa el hombre en la naturaleza, y la posición que ocupa la naturaleza respecto al origen del cual procede.
Esta ciencia no requiere meras palabras, sino conocimiento propio. La Sabiduría no puede ser enseñada, sino por ella misma; pero una ciencia basada en el reconocimiento de la verdad, disipa las nubes que impiden o la luz de la verdad entrar en el corazón e incorporarse y manifestarse en el hombre.

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